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lunes, 13 de junio de 2011

"Si te frena el fracaso, nunca alcanzas el éxito" Gabor Somorjai


Gabor Somorjai acaba de cumplir 76 años. No sólo los lleva bien y los luce aún mejor, sino que además habla con la pasión de un principiante. Más que puntual, en una mañana primaveral, este químico y profesor ya está esperando a los periodistas a la puerta del edificio de su laboratorio en la Universidad de Berkeley, reputada institución académica en la que ha transcurrido prácticamente toda su vida profesional desde que llegó a Estados Unidos en 1957.

Había salido de su país, Hungría, huyendo de la dominación de la extinta Unión Soviética. De niño conoció el nazismo. A mediados de este mes de junio viajará a España para recoger el premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento, dotado con 3,2 millones de euros, por la trayectoria de toda una vida.

De camino hacia su despacho, el profesor Somorjai hace de guía por unas instalaciones en las que destacan unos artilugios casi de película. Son prototipos de microscopios. “La construcción de este –señala uno– nos ha llevado tres años”. Su finalidad, aclara, es la de poder ver átomos.

Él habla de “bonitas estructuras químicas”, de que en el movimiento está el secreto de la vida. “Todas las reacciones han de encontrar el lugar oportuno, y estas técnicas permiten ver cómo sucede”.

La nota oficial de la fundación BBVA señala que Somorjai ha sido elegido ganador de esta tercera edición “por sus contribuciones pioneras a la comprensión de la química de superficies y la catálisis a escala molecular”. Este hombre es capaz de decir “adoro la catálisis” (acción activadora de las reacciones químicas, realizada por cuerpos que al terminar la reacción permanecen inalterados, según la definición del diccionario de María Moliner) y hacer que parezca la cosa más normal del mundo.

La contribución de sus estudios de superficies, y la química que en ellas se produce –“todo es química” es una de sus frases–, ha tenido un papel crucial en terrenos como la farmacología, la agricultura (fertilizantes), la mejora ecológica del fuel o la nanotecnología, esencial para la rapidez de internet, por citar un ejemplo: transistores cada vez más pequeños, pero más capaces. Este es uno de los avances en los que él ha contribuido.

La terminología tal vez resulte de difícil comprensión, pero el contenido afecta a la economía y a la vida cotidiana. En el 2002, los organizadores de los Juegos Olímpicos de invierno en Salt Lake City (Estados Unidos) requirieron de su sabiduría para hacer que el hielo deslizara más rápido –para carreras– o menos, en el caso de las danzas y las piruetas artísticas.
¿Qué química le depara su historia personal, sus recuerdos de infancia?
Los seres humanos siempre recordamos las cosas buenas o de lo contrario nos deprimimos. Creo que es un mecanismo que todos tenemos. Debe de ser química. El cerebro tiene diferentes reacciones que hacen que te centres en las cosas buenas.
¿Qué recuerda de los nazis?Tenía nueve años cuando en 1944 ocuparon Hungría. Mi abuelo era un hombre de negocios importante. Vinieron a por él, pero, por suerte, ya había muerto seis meses antes.
¿Qué les pasó a ustedes?
El resto es supervivencia. La supervivencia de los judíos húngaros se circunscribió a la capital, a Budapest, unos cincuenta mil. El cónsul sueco, Raoul Wallenberg, hizo todo tipo de trucos. A nosotros, a mi madre, mi hermana y a mí, nos consiguió pasaportes suecos. De esta manera consiguió evitar que hubiera muchos asesinatos.
¿Tiene algún recuerdo especial?
Lo más impresionante que guardo en mi memoria es la muerte de mi abuela. Como no podíamos enterrarla, la teníamos en casa. El olor era terrible. Nunca lo olvidaré.
Y llegaron los soviéticos…
Los pasaportes falsos nos salvaron en varias ocasiones. Los rusos entraron a principios de 1945. Vinieron, y la vida fue mala en otro sentido.
De los nazis a los comunistas…
Se llevaron a mucha gente, acosaban a las mujeres… Pero en dos o tres meses la vida empezó a normalizarse. Vivíamos con esto. Mi madre intentó iniciar de nuevo el negocio familiar (zapaterías), porque mi padre había sido deportado por los nazis. Fue liberado por las tropas de Estados Unidos del campo de concentración de Mauthausen, en Austria, y no pudo regresar a casa hasta finales de 1945. Empezamos a recuperarnos
Cosas de la rutina.
El partido comunista estaba en el gobierno, se presentaba a las elecciones y ganaba con el 90%. Tenía el control del ejército, de la policía, de la seguridad. Los negocios se fueron normalizando.
Pudo hacer su vida de estudiante…
Sí, pase todos los cursos escolares, pero mis posibilidades de ir a la universidad eran pocas, porque yo era de la clase enemiga, de la clase media. Por suerte, era un buen jugador de baloncesto.
El deporte ablanda a las fieras…
Gracias a mi entrenador puede estudiar Ingeniería Química. Una vez dentro de la universidad tenía que ser de los mejores en cualquier área para demostrar que no era un enemigo del régimen.
Ya estaba en la senda…
Admitían a 200 para estudiar en mi carrera, pero sólo 50 podían acabar. Para los planificadores del país no se necesitaban más. Yo iba bien, pero entonces llegó la revolución de 1956…
Otra vez la historia…
Estaba en el cuarto curso. Hubo grandes manifestaciones, y los soldados se pusieron del lado de los manifestantes, de los ciudadanos. Los rusos se retiraron, hubo diez días de libertad. Recuerdo que fue un momento de absoluta felicidad. Pero volvieron los rusos con todas sus fuerzas.
Se acabó el sueño…
Su estrategia consistió en no cerrar las fronteras de inmediato para dejar que la gente se marchara. Esto hizo que muchos opositores pudieran salir.
Ya, pero usted pasó toda una aventura.
Me llamaron porque estaban buscando a un compañero de clase. Sólo tenía 24 horas para salir. Así que yo también decidí irme, junto con mi hermana y mi novia. Los trabajadores hacían huelga, pero los de los ferrocarriles permitían que funcionaran los trenes hacia el oeste. A 20 kilómetros de la frontera, el maquinista paró y bajamos todos. Se trataba de evitar el puesto fronterizo que tenían los rusos.
¿Entonces les tocó ir a pie?
Fueron tres noches caminando. Por suerte, los granjeros nos ayudaron. Nos daban refugio durante el día y por la noche nos guiaban por el terreno.
Por fin consiguió llegar a Viena, a finales de noviembre de 1956, y allí se puso en contacto con grupos de refugiados.Además de salud, hay que tener suerte. Y yo la tuve. Una noche, un profesor de origen húngaro vino preguntando si había alguien interesado en viajar a Estados Unidos. Era el destino que yo quería, a lo que aspiraba. Me dio la dirección de su hermano, que era profesor en Berkeley. Nos fuimos a Munich, a la base americana. Volamos hasta Nueva Jersey, donde hicimos el proceso de refugiados.
El principio de su nueva vida.
Escribí a aquel profesor y a los pocos días me contestó. A mi novia y a mí nos aceptaban a prueba en la escuela de graduados. Ella tenía 18 años, y yo, 21. Llegamos a Berkeley a finales de enero de 1957. Habíamos salido de nuestra casa el 24 de noviembre del año anterior.
¿Qué le resultó más difícil, una vez en Berkeley?
El semestre empezaba en febrero. Mi inglés era pobre, muy pobre, pero no tenía elección, sobrevivir o no. Elegí hacer química porque me interesaba más que la ingeniería.
En septiembre de 1957 se casó con su novia, Judy, con la que ha tenido dos hijos, John y Nicole, que les han dado cuatro nietos (tres chicas y un chico). En 1960 consiguió el doctorado y arrancó otra etapa.
Conseguí un trabajo en IBM y nos mudados al estado de Nueva York. Aprendí muchísimo. Estuve trabajando en las primeras generaciones de la informática. Ahí descubrí que la superficie es lo más importante. Tuve la sensación de conocer algo sobre lo que no sabía nada.

Pero regresó a Berkeley…
Un día, un mánager me dijo que en IBM lo estaba haciendo muy bien y que tenía la intención de promocionarme, de promoverme a responsable de un área que a mí no me interesaba. Yo entonces había descubierto las superficies.
¿Y?
Decidí regresar a Berkeley. Sabía qué es lo que quería. Me encantaba que mi ciencia tuviera utilidad para la gente. Así fue como empecé a investigar las superficies.
En un artículo, Robert Sanders escribió sobre usted: “Para el científico Gabor Somorjai, el mundo entero es superficial, literalmente”.
Es cierto, excepto el gas todo es superficie. Si se mira la evolución, todos los órganos del cuerpo humano están trabajando más y más en la superficie. La química en la superficie es rápida
¿Qué es lo que más le impresionó en el cambio de vida, de Hungría a Estados Unidos?
Fue un choque. Lo que más me sorprendió fue la posibilidad de tener agua caliente, en todo momento. Allá mi madre tenía que calentarla. El agua caliente fue un premio, era fantástico. Lo otro… (Hay un silencio prolongado). Lo otro, y yo era un hombre joven, es que las mujeres se depilaban las axilas. En Europa, no. Para mí supuso un gran contraste cultural, era algo muy diferente. Esto nunca se lo había dicho a nadie.
Además de la ciencia y de hablar de ciencia, ¿qué le interesa?
Me encanta la historia, me gusta leer y escribir en perspectiva, disfruto con planteamientos históricos. Es muy importante mirar hacia delante, pero muchas veces la historia te da una visión sobre lo que vendrá. Otra cosa es mirar hacia atrás y deprimirse, y por eso nunca me siento a ver películas de la Segunda Guerra Mundial. Me afecta.
Pero eso también es historia, como lo fueron el nazismo o el comunismo en Hungría.
Me costó 31 años regresar, no lo hice hasta 1987. Allí me han dado muchos honores, me han reconocido. Los primeros días que estaba, al regresar, me sentía muy feliz. Todos hablábamos el mismo día. Pero al cabo de tres o cuatro días tuve una pesadilla. Quería irme, aunque había algo que en el último momento me lo impedía… Es muy importante tener una vida propia, yo uso todas mis energías y mi talento tratando de poner un sello en mi vida y en las de otras personas. Esta pesadilla me recuerda…
¿En ese mal sueño es usted cuando era joven o ya mayor?
Es difícil de saber, probablemente los dos. Tú estás construyendo una vida y todos esos recuerdos no te han de suponer una rémora. Has de mirar hacia delante. En cada ocasión que fallas en algo, has de volver a intentarlo. La gente que consigue el éxito ha fracasado antes en muchas ocasiones. Si te frena el fracaso, nunca alcanzas el éxito.
Usted aparcó el baloncesto…
Jugué siendo estudiante, pero lo dejé. Me metí en otros deportes, me gusta esquiar o nadar. El ejercicio es muy importante para mí, es vital para la salud. Ahora que me hecho mayor, camino mucho.
¿Sigue la NBA?
He seguido a los Warriors, que juegan aquí cerca. Son mediocres. Lo que me encanta es el fútbol americano. Cuando mi hijo era un adolescente quise que hiciéramos cosas juntos. Íbamos a ver partidos; él perdió el interés, pero yo me hice adicto.
Usted viene de Europa, del fútbol…
Mi padre acostumbraba a ir cada domingo a ver fútbol (habla de Puskas). En Estados Unidos, el fútbol, lo que aquí se llama soccer, dejó de interesarme, y me quedé con el fútbol americano. Es como una guerra, ataque y defensa. Todos los jugadores son especialistas, y hay un general, el quarterback. Es un muy interesante ejercicio de conjunto, cada uno sabe lo que ha de hacer.
¿El fútbol americano es la ciencia y el soccer la imaginación?
Tal vez. Mi nieto Benjamin, de 12 años, está seguro de que será jugador profesional de béisbol. En cambio, encuentro que el béisbol es muy aburrido y no lo considero nada científico.
La entrevista cambia de decorado. El profesor Somorjai desanda el camino. Hay un futbolín, ahora en paro, donde resulta fácil imaginar las partidas entre los estudiantes, descargando átomos de tensión acumulados en sus prácticas científicas.

En la parte trasera del edificio destaca la pradera y los árboles. Y, por encima de todo, la visión de la bahía de San Francisco, con el Golden Gate de fondo. Es una fantástica postal.
Hace mejor temperatura en primavera que en verano.
El clima es una de las cosas que más me gustan de este lugar. No es ni muy cálido ni muy frío. No tenemos cuatro estaciones, sino sólo una. Pero es cierto, en verano incluso es más fresco que en primavera.
¿Le gusta viajar a Europa de vacaciones?
No tengo vacaciones en Europa. Siempre que voy es por trabajo. De vacaciones me voy a Maui, en Hawái. Allá escribo mis libros.
Pero le he preguntado por las vacaciones, no por trabajo…La ciencia es mi hobby, créame. Pienso que morir en el laboratorio no estaría mal. No tengo otros hobbies que la ciencia y la historia. Maui es el lugar donde me relajo y maduro proyectos que requieren un tiempo. Para mí, Europa siempre son ­negocios.
En cambio, los científicos han de dejar España y venir a Estados Unidos en busca de oportunidades…
Eso es bueno para España. Lo que un país necesita es que su gente tenga exposición internacional. Eso hace que su conocimiento sea universal y el día que vuelvan será mucho mejor para el país.
Lo que ocurre es que allá se quejan de que no hay dinero para pagarles.
Ya sé que la situación económica no es buena, pero una de las vías para salir es el conocimiento. Mi consejo es que si alguien tiene la oportunidad de una ocupación internacional, ha de aprovecharla.
También están los que dicen que Estados Unidos ha caído en decadencia.
Si se mira la historia, se ve que esto es algo cíclico. Sucedió con los rusos y el Sputnik. Se aseguraba que Estados Unidos se quedaba atrás, y no pasó. Luego vinieron los japoneses y el desarrollo electrónico. Tampoco pasó. Ahora, de nuevo lo mismo con los chinos. Lo que ocurre es que estos países van muy por detrás. Cuando entran en crecimiento tienen un espejo en el que mirarse, un ejemplo que seguir para ser competitivos. Pero llegan al máximo, al tope, y entonces la pregunta es ¿qué hacer? No es fácil ser innovador y competitivo. Estados Unidos es el número uno porque es muy competitivo. Los mejores talentos de todo el mundo, los más brillantes, vienen a estudiar a este país.
Hablando de estudios, usted ha recibido galardones y reconocimientos, ha publicado centenares de trabajos, ha escrito tres manuales, ha formado a numerosos estudiantes, ha supervisado sus trabajos de doctorado. ¿Es usted un buen profesor?
Sólo me aseguro de darles una buena formación, de que tengan todo cuanto necesitan. Creo que soy bastante agradable, ¡ja, ja, ja! Pero le diré que no soy muy tolerante con la estupidez.
¿Eso que se escucha son pavos?
Sí, sí, lo son. Necesitamos animales para que se coman la hierba. Algunas temporadas alquilamos rebaños de ovejas o de cabras
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12/06/2011

"Si te frena el fracaso, nunca alcanzas el éxito"

Gabor Somorjai

Texto de Francesc Peirón
Fotos de Gabriela Hasbun
De niño húngaro durante la ocupación nazi y luego soviética a prestigioso químico y profesor en Estados Unidos, la vida de Gabor Somorjai refleja los sucesos históricos del siglo XX. Pero él los ha encarado con la pasión por saber, que le ha llevado a ser una eminencia en el estudio de los procesos que se producen en las superficies y en su aplicación práctica en la vida cotidiana. La fundación BBVA le premia por su trayectoria

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